El poema de las aves

ElPoema

La obra de Edna Badillo se bifurca en jardines ardorosos y sensaciones naif. Los primeros, de la mano de las otras, arrojan sobre el espectador la verde fragancia de la tierra, de la humedad, de la flora y la fauna. Recorrer con encono las obras de esta pintora nos enseñara que el verde está menos habitado de lo que parece. Ráfagas de ave cruzan los horizontes, silencios de palomas adornan el alfabeto de la selva, la selva se engalana con sus coronas de pajaros en el frontispicio de la nada.

Con Edna Badillo, la selva posa. Se adorna de los mejores plumajes, se alisa sus mejores galas y adopta actitudes de virginal doncella enfebrecida o de célebre ma trona presta a alimentarnos. Chupar del néctar de la floresta, en los lienzos de la pintora, nos convertirá, a su vez, en nenúfar, lirio o amapola; en ave, pájaro, pinzón, chova o ave-lira; en jaguar, en pecarí, en danta.

Los erguidos pechos de la matrona buscan nuestras bocas nuestras inquietas bocas para darnos la estatura de los niños. Ver la selva es volver a la edad de oro de la infancia, cuando los pies descalzos y la aventura de entrar en ella nos llevaron a creernos cazadores, esclavos, reyes indios y buscadores de tesoros.

La selva nos envilece o nos ensalza, nos hace gitanos o terratenientes, nos hace monjes o erotisaurios. Así es su selva, así es su fauna - de aves o de mamíferos, de silencios o de gritos - así nos convertimos cuando apreciamos la obra de esta singular artista tabasqueña, por elección, que nos ha dado una visión muy particular de nuestra selva.

Vicente Gómez Montero

Villahermosa, Tab., julio de 2002